- Dos niños, uno de seis y otra de cinco, fueron rescatados por la Patrulla Fronteriza
Por El Universal/Gabriela Martínez
TIJUANA, BC A 9 DE ABRIL DE 2021.- Sentados sobre la banqueta de concreto, a unos centímetros de la casita de campaña donde viven desde hace casi dos meses, Enrique y Graciela piensan si el gobierno de Estados Unidos les abrirá las puertas. Clavan su mirada al suelo, como si no vieran nada, sus dos hijos juegan frente a ellos, uno de 4 y otro de 14, “¿Y si se va él?”, le dice a su esposa mientras vuelca su mirada al adolescente, “a ellos si los reciben ¿no?”.
Como ellos algunos padres que llegaron a Tijuana con sus hijos, desde los países del triángulo dorado -Guatemala, Honduras y El Salvador- han optado por enviarlos solos para cruzar la frontera y pedir asilo. Llegan juntos pero, ante el cierre de fronteras, cientos terminan hacinados en un campamento improvisado, sin comida ni servicios básicos garantizados, duermen sobre la explanada del puerto fronterizo El Chaparral.
Enrique lanza un enjambre de preguntas, una tras otra, como si alguien de quienes lo rodean tuviera las respuestas “¿Usted sabe si a los niños, los grandecitos, qué les hacen si se avientan? ¿Los regresan? ¿Se los quitan a uno? ¿Les dan escuela? O ¿Qué les hacen?”. Pero no, nadie ahí, ninguna de las familias de migrantes ni voluntarios sabe qué les pasa cuando los menores cruzan solos a Estados Unidos.
Las cifras de menores retornados a México y en custodia del gobierno estadounidense reflejan un repunte sin precedentes en 2021. Según información de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) en los primeros seis meses del año fiscal 2021 (de octubre a septiembre) el numeró ya superó todo 2020, con 48 mil 587 y 39 mil 33 mil 239, respectivamente.
Solo en marzo fueron 18 mil 890 menores, equivalente al doble que hubo en febrero. El lunes pasado, CBP informó en un comunicado de prensa que personal de esa dependencia rescató a dos hermanos –de 5 y 6 años- luego de que fueran lanzados al otro lado de la frontera desde Jacume, en Tecate, un poblado utilizado como una de las principales rutas migratorias. Ambos tenían el teléfono de su madre anotado en el brazo.
“Es inconcebible que alguien abandone a estos niños pequeños y los responsables de eventos de contrabando como este serán procesados agresivamente”, dijo el Jefe de la CBP en San Diego, Aaron Heitke. “Afortunadamente, nuestros agentes pudieron rescatar rápidamente a estos hermanos”.
Erlin llegó a Tijuana en febrero, cuando aún tenía 17 años, viajó desde Guatemala. No vino solo, se integró con conocidos de su comunidad. Entre todos se hicieron compañía, se compartieron comida y se cuidaron, hubo quienes regresaron a las prácticas de antes y subieron al tren que los trasladó por algunos puntos del país.
Desde que llegó solo ha intentado cruzar el muro una vez: en Tecate. Aquí, en el campamento instalado en El Chaparral, hizo amigos y con ellos lo planeó. La suerte y el tiempo no estuvieron de su lado, para cuando pudo conseguir el dinero para su intento los 18 años lo alcanzaron. Su cumpleaños fue en marzo y eso, dice, fue la razón para que lo regresaran.
“No sé, o sea, nadie te dice nada, yo pensé que si me iba a quedar”, cuenta mientras una joven migrante –también del campamento- le hace un par de trenzas muy pequeñas para matar el tiempo, “nomás pues llegamos, caminamos y pues pa’tras”.
A Erlin no le gusta hablar de su país, de su familia sí. Dice que tiene un hermano menor con discapacidad y una mamá que lo da todo por ellos. No hubiera querido dejar Guatemala ni a la gente que quiere, alguien de una pandilla le dijo que si necesitaba dinero podía trabajar con ellos, no aceptó no por miedo, simplemente no confía.
La coordinadora del refugio para menores migrantes Casa YMCA, Valeria Ruiz, explica que han identificado menores que llegan en familia, con conocidos o con un coyote, “Muchos intentan cruzar por Tecate, casi no conocen las rutas. Pasan uno o dos días antes de intentarlo pero la mayoría mantiene algún tipo de enlace que los recibe”.
Enrique y Graciela aun no deciden si enviarán a su hijo para que intente cruzar. Llegaron en enero, esperanzados en que el nuevo gobierno de Estados Unidos los iba a dejar entrar, pero no, ninguno de los rumores que se regó como pólvora entre comunidades en Honduras era verdad. Ahora, en medio de cientos y sin información confiable, solo se le ocurre esperar.
“¿Pero qué hace uno?”, pregunta, “Regresar no es una opción, a lo mejor uno que ya se jodió sí pero… ¿Y ellos?.. Mis hijos se merecen algo mejor”, dice mientras los mira jugar.