Por: Adolfo Solís
TIJUANA, BC A 17 DE MAYO 2021.- No cabe duda que la clase política ha hecho de la mentira un discurso ordinario para engañar, seducir y ocultar el conjunto de trastornos sociales que día a día, degeneran a nuestra sociedad.
La clase política es tan cruel, que la mentira la cubren con más mentiras; el engaño lo esconden con promesas y la distorsión social la ocultan con medias verdades.
La maldad es tan grande, que ya no se sabe quién es más malo, el gobierno o el humano que gobierna. Esta distorsión viene desde el deseo de gobernar porque en campaña hablan de honestidad; de desterrar la corrupción y de no regresar al pasado, pero en verdad, desde conseguir fondos para gobernar, ya rompe los conceptos por los que luchan.
La maldad es tan latente que, al llegar al poder, lo primero que hacen los malvados es repetir la historia, una historia tan trillada que ya ni vergüenza se tiene.
La maldad tiene rostro de bondad; se esconde en una sonrisa, en un abrazo cálido y en una foto que demuestra cómo el que quiere gobernar puede pintar casas, usar una pala para revolver cemento y caminar entre la gente. Se vuelven pueblo por dos meses.
La maldad es algo abstracto; se esconde bajo discursos de honestidad y se refugia en la mentira. Se dicen tan honestos; transparentes y buenos, que su maldad se convierte en perversión; una perversión que les hace creer que ellos son honestos, sin creer en todas las atrocidades que ellos mismos cometen a diario.
La maldad es tan evidente que a nadie le queda duda que, en la vida real, el político no es malo, simplemente es un agente poseído por los demonios del dinero y del poder; simplemente posee caballos pura sangre, tiene ranchos, palcos y les gusta vivir bien como si lo merecieran.
La maldad también tiene rostro de pureza, una pureza que hace creer que trabajan para la sociedad, pero solo trabajan para otro puesto y por ganar la simpatía, se vuelven serviles, abusivos y corruptos.
La maldad está representada por el benefactor del pueblo; aquél que grita que la sociedad lo eligió con la mayor votación y que por eso cuenta con la autoridad para destruir todo. Esta es la maldad más grave, porque se trata de una distorsión cuyo verdadero rostro se esconde en el rencor y en la frustración. Su bandera es la venganza y su olor es el azufre que sale en cada una de las palabras que no se dicen con la boca, sino con el alma para destruir la verdad.
¿La maldad es de los hombres o es de las instituciones?; o acaso los hombres buenos son quiénes se han pervertidor dentro de las instituciones o es el hombre el que ha pervertido a las instituciones. No sabemos, pero lo que sí se sabe es que el talento de la ley siempre está condicionado a la flaqueza humana que es la que lo pervierte.
La maldad ha hecho un gobierno infernal, donde ser descarado, cruel y degenerado, es normal. La maldad los hace robar sin miedo; saquear sin temor y usar el poder como si fuera propio y eterno.
La maldad gubernamental es tan impura que enriquecerse es algo común; algo que ya se volvió costumbre. No se ve extraño, ni raro. Se cree que los partidos roban dinero, pero en realidad son los hombres los que han trastornado el sistema, que educados o no; que cultos o incultos; formados académicamente o no, simplemente comparten la misma frase, “ponme donde hay, que yo me encargo de agarrar”.
Eso sí, cuando son señalados, guardan silencio. Evitan tocar el tema y hasta sacan un distractor. Cuando son señalados de frente han desarrollado tantas habilidades que se levantan de la mesa, azotan la mano y exigen pruebas. Saben que se les acusa de corruptos, no de tontos, por eso exigen pruebas. Si pudiéramos tener una cámara filmando todos sus movimientos y conversaciones, pues habrían pruebas de sus actividades ilícitas; pero como no es así, exigen pruebas de su culpabilidad.
La maldad gubernamental es tan grave, que usan a las instituciones para denunciar o perseguir a quien los señala; pero las acusaciones que ellos profieren, ni siquiera son investigadas.
Su maldad es tan grande, que nadie se atreve a enfrentarlos por miedo a la represalia; nadie enfrenta al poder por miedo al uso de las instituciones y a ser despedazado por el sistema.
Entonces cada uno debe pensar, ¿dónde está la maldad; en el gobierno o en las personas que gobiernan? Si le preguntamos al que provoca esas atrocidades si es malvado, lo negará y por eso no podremos erradicarla en el corto plazo. A un terrorista si le preguntan por qué es terrorista, responderá que no lo es, que es un mártir, que terrorista es aquél que lanza bombas contra su país matando niños y mujeres. Entonces, si se le pregunta al malvado, si es malvado, muy seguro dirá que los malos son quienes los critican y entonces somos nosotros y seguiríamos sin encontrar, de dónde proviene la verdadera maldad.