Reflexiones: Periodistas, ni súbditos, ni vasallos

Por: Adolfo Solís.

TIJUANA, BAJA CALIFORNIA A 27 DE SEPTIEMBRE DE 2021.- Con una política primitiva, tóxica y enfermiza, se culpa a los medios de comunicación de ser un mal que aqueja a la humanidad solo por opinar, criticar e investigar hechos que resultan incómodos para el monarca.

A Sócrates lo condenaron a morir envenenado con cicuta por disentir de los ideales de los más ilustres de la Grecia Clásica.  Prefirió morir que huir o retractarse de sus ideales.

Cayo Julio César fue asesinado en las escaleras del Senado Romano por tratar de exhibir la falsa democracia que solo enriquecía a los Patricios, entre ellos a Bruto, Casio y Casca. Desenmascarar la mentira le costó la vida.

Hipatia de Alejandría fue asesinada por su paganismo. La intolerancia del obispo Cirilo hizo que una turba la asesinara a golpes hasta descuartizarla. Sus teorías fueron su peor pecado.

La inquisición condenó a la hoguera a Juana de Arco por hereje; el vice inquisidor le atribuyó los delitos de proposiciones heréticas, erróneas, temerarias y escandalosas; apostasía de la fe y blasfemias. Su pecado fue defender sus propias convicciones y pensamientos.

El común denominador de todos estos eventos se sustenta principalmente en los ideales de las personas y en la opresión del sistema.

En estos casos, existe un opresor que le incomoda el pensamiento crítico o personal de otros y existe una víctima que asume la consecuencia del poder.

Como si fuera Roma, Grecia, Egipto o Francia hace más de quince siglos; Baja California repite la historia, porque los pensamientos del gremio periodístico se buscan acallar, silenciar, enmudecer, reprimir y sosegar, para no exhibir las malas prácticas del gobierno.

Entre injurias, denostaciones y humillaciones se pretende amansar como viles súbditos a los periodistas cuya ideología disiente del pensamiento gubernamental.

Sócrates, Cayo, Hipatia y Juana de Arco dieron sus vidas por sus ideales y hoy el periodismo tampoco está dispuesto a ser sometido por nada y por nadie, sin importar el precio que se tenga que pagar; la diferencia es que en aquella época, el control gubernamental culminaba con la muerte de los ideólogos; mientras hoy, el control institucional permite hacer juicio a los que violen esa libertad. Nadie es intocable y nadie es invencible y la injuria no es una mordaza para doblegar a los que el represor pretende acallar.