El éxodo de haitianos; migraron de Tijuana a Acuña

Por Gabriela Martínez/El Universal

TIJUANA, BAJA CALIFORNIA A 5 DE OCTUBRE DE 2021.- Cuando Renel llega a su restaurante favorito grita “Yow sak pase”, luego alza la mano con el puño cerrado y el pulgar levantado. Camina directo a la estufa, saluda a la cocinera, toma una bebida del refrigerador y empieza a platicar, nadie en ese sitio habla otro idioma que no sea el suyo, criolle, ni come ni bebe nada que no sea de su país. La cocinita Haitiana huele y sabe a patria, pero también en ese lugar, enclavado en el centro de Tijuana, se orquestó parte del éxodo que llegó a Acuña y hoy se dirige rumbo a otras fronteras del país.

Renel nació y vivió en Haití, ahí logró su primer doctorado. Consiguió uno más en Brasil a donde migró pero una vez que llegó a esta frontera mexicana -el 23 de septiembre del 2020- no perdió el tiempo y, por tercera ocasión, se convirtió en doctorante en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Es alto y fuerte, camina con una sonrisa tímida que nunca se borra, su barriga apenas se asoma, “es ligera”, dice él, y se echa a reír.

En julio pasado decidió regresar a la isla caribeña, habían pasado apenas unos días desde que el presidente de su país Jovenel Moïse, de 53 años, había sido asesinado durante la primera semana de ese mes y, estando allí, ocurrió el terremoto del 14 de agosto pasado.  Aún no sabe si es la desgracia o la suerte la que lo persigue, así dice él, pero siempre ha sido una especie de testigo de primera fila de los momentos históricos de su país desde diferentes puntos de la geografía.

Fue el 5 de septiembre cuando regresó a Tijuana, pero desde su primer día la ciudad que lo recibió ya no era la misma. De los alrededor de 3 mil haitianos que vivían aquí casi todos desaparecieron de un día a otro. El pastor de una iglesia y su congregación, el barbero que le cortaba su cabello, familias enteras. Los comensales de La Cocinita Haitiana también se fueron, ahora el dueño y la cocinera no saben qué hacer con el Malta Goya (cerveza) y el lalo que preparan con carne de puerco, res, arroz, todo era parte del menú haitiano.

Hasta agosto el Instituto Nacional de Migración (INM) reportó que al menos en Baja California fueron entregados 2 mil 949 documentos de residencia legal a personas que llegaron de Haití, algunos de ellos solo se trataron de trámites de renovación porque en realidad la comunidad de la isla llegó a Tijuana desde 2016, cuando arribaron como la primera caravana.  Renel piensa que son más porque hay algunos más que nunca quisieron o simplemente estaban a la espera de recibir su documentación.

Pero casi todos, dice, hicieron maletas y se fueron rumbo a Acuña, Coahuila, para terminar en el campamento con poco más de 14 mil migrantes de Haití que llegaron principalmente de la isla pero también algunos eran refugiados de Chile y Brasil, quienes hace una semana fueron desalojados y ahora mismo regresan al noroeste del país para intentar cruzar por los desiertos de Sonora y Baja California, no por Tijuana como era tradición, sino por Mexicali.

“Uno a uno comenzaron a llegar con maletas al restaurante, es como el punto de reunión,  todos llegamos aquí”, recuerda Renel de cuando comenzaron a irse rumbo a Coahuila, “llegaban comían y se iban, tenían como una junta, se comunicaban por grupos de whatsapp o Facebook, así se enteraban de las rutas”.

En alguna de esas juntas Renel y Anel, una investigadora y activista de la población migrante, escucharon que entre las discusiones había despedidas, historias de los que deportaron pero también pláticas sobre el punto más débil de la frontera para poder penetrar en la Unión Americana, hace casi un mes fue Coahuila pero con la saturación de solicitudes de asilo y el cierre de la frontera debido al campamento, ahora la brújula apunta los rincones en Sonora o Baja California.

“Algunos ya cruzaron”, cuenta Anel, “de otros todavía no se sabe nada… si cruzaron o si los deportaron o si pasó algo más pero como en la frontera en Mexicali no hay muertos ni deportados, por eso hablan con compañeros para cruzar por aquí”.

Los que estaban en Tijuana o en cualquier otro punto, explica Renel, son quienes dejaban todo y se iban de raite. El dinero de los salarios en maquiladora, donde lograron acomodarse, no les permitió otro tipo de comodidades más que pagar 250 pesos a algunos conductores de buses, los refugiados de Chile y Brasil, ellos si podían costear sus viajes, venían con un poco más de recursos.

Las redes de apoyo han sido lo que sostiene el éxodo, piensan ambos, desde la estructura para comunicarse a través de las redes sociales hasta el dinero que envían como remeses aquellos que lograron llegar a Estados Unidos. No es tan diferente de lo que hacen otros grupos de migrantes, dice Renel, unos dan el dinero y otros explican la ruta para los que van en tránsito.

“Siempre alguien abre la brecha para el resto de la caravana, en Acuña por ejemplo, cuando llegaron los primeros les dieron citas más rápido para cruzar”, recuerda Anel de cuando empezaron a hablar sobre irse de Tijuana a Coahuila, “Desde allá reportaban en grupos de redes y así, desde otros países, decidían hacia cuál frontera dirigirse”.

Renel y Anel,  ambos, se han convertido en una especie de custodios de todo lo valioso que las familias dejaron al migrar una vez más.  Durante los últimos días han recuperado los vestigios de una vida: llaves de departamentos o de coches, maletas, documentos, fotografías, cartillas del Seguro Social. Incluso, mantiene grabado Anel en su memoria, libretas con sus características.

“Entré al cuarto y empecé a mirar las cosas, iba a recoger unas maletas, pero sobre la mesa había como un tipo diario, no sé”, narra, “eran un mundo de cosas, me conmovió mucho”.

En la hoja del cuaderno abierto Jean, un joven haitiano de 29 años, dejó escrito su nombre completo: Jean. 22 de febrero de 1992. Los nombres de su padre y madre. Estados civil, casado.
Mido 1 95. Mis ojos son negros, mi cabello es negro.

La página de esa libreta, con esa información, explica Anel, es porque al irse saben que al intentar cruzar la frontera no hay garantías. Migrar a Estados Unidos desde cualquier punto puede significar una deportación desde la Unión Americana a México, Guatemala o Haití, pero también es una realidad que desaparecer en algún desierto o zona agreste en el norte del país.