Por: Gabriela Martínez
TIJUANA, BAJA CALIFORNIA A 5 DE ABRIL DE 2022.- Ese día Teresita escuchó sonar su teléfono y no distinguió el número, pero reconoció la clave: Era un 664 de Tijuana. Tomó aire y se sentó cuando escuchó decir desde el otro lado del auricular: Teresita necesito que venga, tome un vuelto y ¡Véngase! Tenemos información de su hijo. Juan Antonio Orpinela Osuna, su primer hijo, lleva 15 años desaparecido.
Juan desapareció un 21 de septiembre de 2007, en la colonia Independencia, en Tijuana, desde ese entonces y hasta hoy, doña Teresita patrulló las calles de esta frontera, recorrió los callejones que nadie, ni los residentes, visita. Pagó a videntes, espiritistas. Se enfrentó a las máximas autoridades de la Fiscalía General de la República (FGR) y, en su peregrinar, vio ir y venir presidentes, Calderón, Peña Nieto y, hoy, López Obrador.
Es 15 años después cuando el gobierno federal autorizó el apoyo de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y agentes de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO); desde prisión diferentes miembros de un cartel lanzaron una ubicación: una casa verde, en La (colonia) Salvatierra.
Juan Antonio tenía 19 años. Estudiaba Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) porque vivía con su familia en Mazatlán y también era beisbolista. Allí, en medio de la tranquilidad que vivía bajo el cobijo de su familia, le fue arrebatado su futuro en medio de una fiesta a la que asistió invitado por su tío, a casi unos dos mil kilómetros de distancia, en Tijuana.
Ese día desde que Juan le dijo a Teresita que viajaría hasta la frontera para asistir a un convivio su madre le insistió en no ir, me decía que las noticias en esa ciudad no daban buen augurio, los encabezados en aquel entonces hablaban de secuestros, asesinatos y extorsiones. Enfrentamientos a plena luz del día, así eran los días de esa época en frontera.
Cartel de los Arellanos o cartel de Sinaloa, esos eran los nombres que más leía Teresita y esa era la razón por la que nunca le entusiasmó que su hijo visitara Tijuana, pero aún con la reputación de ser la ciudad más peligrosa del mundo, como muchas otras personas Juan le dio una oportunidad a la ciudad y confió. Viajó con tu tío y desde ese viaje lo último que supieron es que un comando armado llegó y se llevó a ocho personas.
Después Teresita y su esposo sabrían que apenas a unas calles se encontraba el centro de entrenamiento que el cartel de Tijuana utilizaba para reclutar miembros. Un campo de entrenamiento, armas y droga sería lo que elementos de distintas corporaciones hallaron allí, cerca de donde Juan fue visto por última vez. Porque como siempre pasa en esas ocasiones nadie miró nada, ni a los hombres armados ni las camionetas. Nada.
Durante ese tiempo la mamá de Juan decidió mudarse de Mazatlán a Tijuana, la idea era presionar a las autoridades, pero nada funcionó hasta que en diciembre recibió una llamada: Eran ellos. En diciembre de ese año una voz desconocida los contactó, les pidió 50 mil dólares por regresarles a su hijo con vida, sin esa cantidad hicieron lo que hacen los padres por su sangre, se despojaron de todo lo que tenían y con apoyo de conocidos lograron juntar poco más de la mitad y con ese dinero acordaron hacer el intercambio.
Fue un 10 de diciembre cuando entregaron el dinero, Teresita esperaba en su casa. Nada la hizo moverse de allí, su prioridad era escuchar el teléfono para trasladarse de inmediato a cualquier lugar para recoger a su hijo, incluso ya había comprado dos boletos de avión para partir apenas tuviera a Juan en sus brazos, allá en Mazatlán sus hermanas y otros familiares ya los esperaban, era el momento por el que habían orado casi a diario, encomendándose a los tres santos.
Pero no, las horas pasaron hasta que cayó la noche, el calendario marcó primero el 11, 12, 13 hasta que diciembre terminó. Nunca más volvieron a contactarlos y Teresita nunca más volvió a ver a Juan. Ella hizo su propia investigación, caminó por las colonias más peligrosas y habló con personas que casi nadie quiere hablar, para Teresita cualquiera que pudiera darle una pista para hallar a su hijo era bienvenido. Pero conforme pasó el tiempo vivir y respirar se hizo más difícil.
El tiempo hizo lo suyo en su cuerpo, pero sobre todo su mente se desgastó. Nunca dejó de buscarlo. Regresó a Sinaloa para sentir el cobijo de los suyos. Durante los últimos 15 años su vida fue buscar hasta debajo de las piedras, conoció a otras mamás que, igual que ella perdieron el rastro de sus hijos en el camino, también como ellas aprendieron de leyes, de derechos humanos pero sobre todo de resiliencia, de esos temas que la gente aprende cuando vive tragedias.
Durante los últimos años le dijeron de todo. Una mujer le leyó el tarot, le decía en aquella ocasión que su hijo iba a regresar vivo, no sabía cómo, cuándo ni de dónde, pero Teresita tenía que esperar. Eso hizo, espero, pero nunca vio a Juan cruzar la puerta de la casa donde creció. Esa fue la última vez que pagó por ese tipo de servicios que desde esa vez le rompieron el corazón y, un poco, la fe.
Fue el 8 de marzo pasado, en el marco del Día Internacional de la Mujer, cuando sonó el teléfono de Teresita. En esa llamada proveniente de Tijuana, Fernando Ocegueda, un activista y presidente de la Asociación Unidos por los Desaparecidos en Baja California, le dijo que debía regresar de inmediato a la frontera. Habría información con pistas más certeras sobre el paradero de Juan.
Pero no solo tenían elementos, sino el permiso del presidente para que un equipo especial conformado por elementos de la CNB y de la SEIDO llegaran y junto con la comisión de búsqueda estatal y los colectivos de desaparecidos, encabezados por Ocegueda y Fernando Ortigoza -ambos con hijos desaparecidos- comenzarán con un operativo de rastreo durante cuatro días.
Teresita llegó. Regresó a una ciudad que para ella está maldita desde el día que le arrebataron a su hijo. El lunes pasado más de 30 personas entre civiles, activistas y de gobierno se concentraron para trasladarse en caravana hasta la colonia Salvatierra, a un terreno perdido entre cerros y calles olvidadas bajo el polvo, de esos sitios a los que nadie llega por casualidad. Allí, una casa verde sin terminar hecha con pedazos de concreto y justo a unos pasos de un arroyo, fue a donde lanzaron la flecha los nuevos indicios.
Teresita, con sus más de 60 años, caminó y bajó los cerros para adentrarse hasta el punto clave. Al ver el escenario enmudeció, solo se plantó frente a la vivienda casi enterrada bajo escombros y basura, cobijada por las ramas de los árboles y arbustos del aire, justo en medio de una alfombra de flores amarillas y moradas.
“¿Sabes?”, lanza la pregunta al aire Teresita, asumiendo que todos los que están ahí, incluso los soldados, la escuchan, “una de las videntes me dijo que mi hijo iba a aparecer, que cuando cerraba los ojos escuchaba un río correr, que buscara en un río o un arroyo, en un terreno entre montañas muy alejado”.
Teresita está segura que en esta última parada encontrará a Juan. Pero en la llamada que recibió también le dieron información que le arrancó un par de lágrimas. Aunque siempre pensó en hallar el cuerpo de Juan para enterrarlo en Mazatlán, ahora sabe que existe la posibilidad que no sea así. Los informes que obtuvo indican qué tal vez a su hijo lo desaparecieron y deshicieron en ácido.
Pero no eso la detuvo. Antes de regresar a Tijuana casi con la tristeza encima de los hombros habló con su hija, de entre todo lo que platicaron lo único que ella le pidió a su mamá fue que aún si no es completo le llevara a su hermano de regreso. Y así es. Teresita del Niño Jesús está nuevamente en la frontera para llevar de regreso a Juan Antonio, a su puerto, a sus campos de béisbol, a su hogar.