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Tecate, a merced de los cárteles

Por Gabriela Martínez

TECATE, BC A 10 DE MAYO DE 2021.- En un solo mes las familias hicieron lo que la misma autoridad aun no puede: hallaron seis cuerpos de personas desaparecidas. Enterrados unos tras otros, sobre una vereda que corre a la par de un río. Pareciera un camino de la muerte con un par de cruces clavadas con furia sobre la tierra. Ahí, en medio de un paraíso de encinos convertido en un cementerio clandestino, fueron abandonados y escondidos a su suerte por el crimen organizado que se ha incrustado en el llamado Pueblo Mágico, Tecate.

En los primeros tres meses de 2021 el número de asesinatos en Tecate repuntó 280%, casi el triple de casos registrados en el mismo periodo de 2020. Entre las víctimas de este año: un funcionario de alto rango del gobierno municipal, un aspirante a un cargo público por la vía independiente y una gestora social, militante y voluntaria en una campaña.

En un video que circuló a través de las redes sociales un grupo armado se identificó como el Cartel Jalisco Nueva Generación, en la grabación anunciaron su operación en algunos de los puntos clave del estado–situados en la frontera con Estados Unidos-, pero los grupos de inteligencia de las corporaciones locales advierten: Tecate es su base operativa.

La historia, como casi siempre, es de un grupo de familias que empuñaron picos y palas para desenterrar pedazos de huesos o hasta cuerpos enteros. En la colonia Rincón Tecate fue donde el crimen organizado decidió sepultarlos bajo los techos frondosos de los árboles de esta tierra olvidada, en donde un puñado de asentamientos irregulares han levantado sus casitas hechizas, mezclándose entre los troncos y las ramas.

 

Los primeros en ser encontrados fueron Daniel Antonio y Ernesto Israel, el 6 de enero de 2021. Las familias colocaron una cruz de metal y otra de yeso, ambos fueron levantados el 31 de octubre del año pasado.  El colectivo Madres Buscándote Tecate junto con la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California continuaron con la búsqueda.

Mónica Guerrero, Juan Antonio Picazo, y dos cuerpos más que no lograron ser identificados. Todos ellos son parte de la lista de personas halladas en ese mismo punto, uno tras otro, a no más de 15 pasos de distancia. Escondidos entre árboles y arbustos, perdidos en el ruido del agua de un río que se aleja con fuerza.

Una joven integrante del colectivo, que prefiere no ser identificada, estudia derecho y criminología, se unió a la causa por empatía. Trabaja y apoya con lo que puede, ella es la guía del camino de la muerte, paso a paso explica en qué condiciones fueron hallados cada cuerpo, su nombre y parte de su historia.

“El cuerpo de ella, de Mónica, fue hallado con su uniforme de trabajo, era una camisa de El Florido”, cuenta mientras camina por el sendero entre las cruces, “¿Te imaginas? Eso significa que apenas venia de trabajar, nos han robado la calma”.

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Antes de ella otra de las activistas también se negó a ser identificada. Motivos tuvo. Un día recibió una llamada en donde la amenazaron de muerte, le pidieron no seguir buscando muertos, por supuesto, no hizo caso. Otra persona más también recibió la misma advertencia, pero ella, ni siquiera era parte del grupo de búsqueda, solo le pidieron pasar el recado al resto.

Una de las activistas que pertenece al grupo de buscadoras prefiere no ser fotografiada ni identificada por su nombre “tengo miedo”, dice, “a una de las mamás ya la amenazaron de muerte”.  Y sí, después del hallazgo de los cuerpos una de ellas recibió una llamada telefónica a su celular para advertirle de su muerte en caso de seguir buscando.

“También le marcaron a una amiga de otra integrante”, recuerda, “pero ella nada tenía que ver, yo me pregunto cómo consiguen y saben de la gente que estamos buscando, quién les da esa información.

La estela de violencia en Tecate no solo alcanzó a los desaparecidos. Uno de los grupos que históricamente ha sido reconocido por su apoyo, los bomberos. Durante un periodo tuvieron que cerrar las cuatro estaciones de las áreas rurales: La Rumorosa, Cerro Azul, Valle de las Palmas y El Hongo.

Uno de los coordinadores de la estación de Bomberos en Tecate, quien prefirió no ser identificado, explica que los sitios fueron reactivados, pero ahora cada unidad que vaya a una de esas áreas debe ir acompañado por elementos de alguna corporación.

Llegaron armados. Dentro de la estación de socorristas nadie se dio cuenta, pero sus vecinos bomberos sí. Aun cuando lograron identificar al comando cargado de armas para lo único que les dio tiempo fue para escapar por la ventana del edificio, arrastrándose entre los matorrales alrededor de las estaciones enclavadas en el poblado La Rumorosa –en Tecate-, a las horas los elementos sabrían que uno de los jóvenes habría sido levantado y obligado a curar las heridas de un gatillero lesionado durante un enfrentamiento entre carteles.

Eso ocurrió en La Rumorosa, pero hubo otras más, cuenta. “No somos mártires”, cuenta el jefe en turno desde una de las estaciones del llamado Pueblo Mágico, mientras observa a uno de sus muchachos, un joven que no rebasa ni los 25 años, “a él”, dice en voz baja, “lo amarraron y le robaron su carro para huir en una persecución, después lo abandonaron y le prendieron fuego”.

Otro incidente ocurrió en El Hongo. Era mediodía y recibieron el reporte de un incendio en ese lugar. Al llegar miraron a un policía, desde afuera de su unidad les hacía señas que no entendían. Bajaron, cuando lo hicieron casi de inmediato el oficial se desplomó, una ráfaga de balas rompió con el silencio.

“Nadie nos pudo garantizar nuestra seguridad ¿Cómo voy a enviar a los muchachos a trabajar así?”, dijo el jefe en turno, “Sin que yo pueda decirles que van a regresar, estamos hundidos en la inseguridad”.