Por: Adolfo Solís.
TIJUANA, BAJA CALIFORNIA A 23 DE AGOSTO DE 2021.- Cada mañana somos bombardeados por las casas encuestadoras mexicanas con información de funcionarios que resultan ser populares.
La historia no se equivoca tratándose de popularidad. Todos aquellos que se preocuparon un día por este elemento, terminaron directa o indirectamente juzgados por sus actos.
Basta dar una vuelta al mundo para recordar al popular Robert Mugabe en Zimbabue; se destacó en su mandato por tratar de ser un hombre ideal, pero no fue más que un represor, tirano y corrupto. Se decía honesto y un luchador del pueblo, pero hizo tanto daño a su país, que inició reprimiendo y terminó exterminando a sus enemigos.
En el Perú, el popular Vladimiro Montesinos, se decía nacido de barrios humildes. Se decía “ser el pueblo”, pero se destacó por ser un extorsionador, traficante y violador de derechos humanos; simplemente un símbolo de maldad.
Lo mismo ocurrió con el famoso Idi Amin Dada en Uganda; ejerció como nadie un poder absoluto e inimaginable, sin instituciones; lo nunca antes visto, pero sumió a su país en una crisis económica cuando se convirtió en uno de los hombres más atroces de la historia.
Sadam Husein decía que su pueblo lo amaba y era sabio, pero fue el pueblo quien terminó juzgándolo con la horca.
Ricardo Miguel Cavallo alias “Sérpico”, se decía un visionario, pero no era más que un vulgar genocida que perdió todo; sus lentes fue lo único que no perdió cuando fue detenido.
Mario Villanueva creyó que nadie se daría cuenta de sus vínculos con el narcotráfico, pero hoy se pudre en la cárcel pensando qué hizo mal.
Hugo Chávez era el Caudillo de Venezuela y odiaba a los yankis, pero fue a su pueblo a quien saqueó para vivir como rey, mientras su riqueza la escondía en el país que tanto odiaba a nombre de su hija María Gabriela.
En Guatemala el populista Alfonso Portillo ganó con la simpatía del 68.32 de los votantes, pero terminó en prisión por sustracción de recursos públicos y lavado de dinero.
Evo Morales, pasó por encima de todos con autoritarismo porque pensaba que su país lo necesitaba para salir adelante; terminó expulsado de Bolivia por el pueblo e imputado por usurpación de funciones, sedición, fraude electoral, delitos contra la salud pública y terrorismo.
Recep Tayyip Erdogan en Turquía, sintió tener la razón siempre, pero fue condenado por incitación al odio promovido desde su posición.
El ultranaconalista Viktor Orbán en Hungría, ganó con más de la mitad de los votantes, se sintió el elegido, pero su popularidad cayó con el inicio del autoritarismo y su racismo.
Nicolás Maduro, se ostenta como el protector del pueblo, pero su popularidad ha caído por llevar a sus ciudadanos a una crisis social, económica y política, que ha generado escasez y disminución de la calidad de vida.
Narendra Modi en la India, se auto consolida como el cambio y la transformación, pero sume con sus decisiones a su país en la pobreza, desempleo y crisis económica.
Fidel Castro sostuvo su popularidad en la lucha contra la desigualdad; pero la única igualdad que logró fue que a todos los hizo pobres.
En México existe una competencia para ver quién es más popular, pero la historia nos ha enseñado cuál es el destino de aquellos que, por buscar su popularidad, quedaron ciegos ante el objetivo del por qué fueron elegidos.
La historia no se equivoca y la popularidad sólo es temporal, pero el juicio de la historia, es para siempre. Solo esperemos las consecuencias.